Desde sus céntricos parques, donde se busca la fresca sombra en las grandes ramas de sus inmensos árboles. Parques de antaño, parques de ahora.
Inmensos árboles hunden sus raices en la tierra. Suelo que es raíz de la ciudad desde sus remotos orígenes.
Desde sus fuentes los blancos mármoles vigilan que el agua no deje de fluir.
El agua fluye arrullando el espacio libre que la ciudad le permite.
Sus monumentos, que afloran por toda la ciudad, dejan ver al espectador cada parcela de la vida, de los sueños, de las artes.
Los monumentos salpican cada rincón de la ciudad, no dejando ricón en el que se muestre un explendor pasado.
La primavera se deja ver en cada avenida, en cada calle, en cada plaza, pintando de colores la ciudad.
Cada rincón no deja de sorpendernos en nuestro caminar por la ciudad.
Los monumentos salpican cada rincón de la ciudad, no dejando ricón en el que se muestre un explendor pasado.
La primavera se deja ver en cada avenida, en cada calle, en cada plaza, pintando de colores la ciudad.
Cada rincón no deja de sorpendernos en nuestro caminar por la ciudad.
El rio Turia mima a cada acequia a las que nutre, para que así la tierra dé el fruto que necesitamos.
Sus antiguas plazoletas, viejos mercados, estrechas callejuelas... que la parte antigua alberga, deja respirar paz, tranquilidad, olores.
Sus vigias guardan sus cielos, siempre azules, indicando el camino entre las estrecha calles y ámplias plazas.
Antiguas catedrales, iglesias, conventos, capillas, repartidas por la ciudad, nos invitan al recogimiento, al silencio.